¡La vida es como una tutora en una escuela de
repitientes! Encargada de alumnos poco aplicados, con problemas de conducta y
siempre con materias pendientes. Ella aunque es espléndida, dedicada y hermosa
es una maestra rigurosa, estricta y bastante difícil de comprender.
Nos demuestra
que nos puede enseñar la misma lección durante el tiempo que haga falta, pero
¿por qué me da la impresión de que nos enseña en un idioma que ninguno podemos
entender?. ¿Qué pasa, abnegada profesora?, ¿por qué no cogemos tus mensajes?,
¿por qué si reviso la historia de la humanidad me da la impresión de que sólo
ha cambiado la moda, de que no avanzamos nada?, ¿por qué no se ven grandes
progresos en nuestra evolución interior?.
Y es verdad
que ya no somos arrojados a leones, no se nos hace jirones a latigazos o se nos
vende como mano de obra eslava; ahora vivimos en casas, tenemos aviones,
trenes, coches y ¡desde el teléfono accedemos a LA INTERNET!. Pero miro más y
me da asco la similitud del adorado escarnio público con el hecho de arrojar a
los leones y eso de que los dirigentes sean "cerdos demasiado
gordos" cebados por el trabajo desgraciado y los miserables sacrificios,
que a costa de su libertad, realizan aquello a quienes representan, se me
parece demasiado a la esclavitud.
No sólo veo
atraso en los demás, me asquea cuando con mi actitud hiero y no rompo la piel
pero marco el alma.
Nos veo como
una gran batalla campal entre clanes primitivos.
Me preocupa
ver como crece la información en el exterior y las almas que la manejamos no
crecemos en la misma proporción hacia el interior, ese completo desconocimiento
que da la impresión que tenemos la mayoría acerca de todo y la seguridad con
que algunos venden sus fantasías...
Y es, quizás
que la vida nos trata como personas que no somos, pero es que este descomunal
manicomio despierta una profunda confusión que llena de sentimientos
encontrados: por un lado se ve la locura, la irracionalidad, la falta de alma,
el vacío, el descontrol destructivo y por otro se siente la conexión en un lazo
sutil y silente con un anhelo común por expresar una naturaleza idílica que
palpita con fuerza en el interior; una naturaleza que corre con verdadero amor
a rescatar a quien está en peligro, que quiere consolar
desinteresadamente a quien sufre, que se conmueve ante la naturaleza del
universo y puede contemplarlo en sus detalles sintiéndolo en lo más
profundo del corazón.
Y es por eso
que hoy escribo tratando, como responsable directa de la parte que me toca, de
que invoquemos al equilibrio entre lo que hace y lo que siente la humanidad,
buscando crear ese momento mágico en el que, TOD@S a la vez, tomemos la misma
decisión y en una fracción de segundo convirtamos al mundo en ese lugar que
soñamos - con voluntad y en un trabajo constante y disciplinado, dejando de
esperar cosas de la vida y trabajando con ella para lograrlas.
Jennifer Puche